En
honor a esta encina milenaria dejamos aquí
presente
un recopilatorio de poemas dedicados a
árboles
como ella.
Así
todas las personas que pasen por este lugar podrán leer estos
poemas.
José
Antonio Muñoz Rojas
Las
cosas del campo
Cuando
florecen las encinas hay que temblar. Se anuda la delicia en la
garganta. Hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y
toda aquella dureza, se expresa en purísimo temblor, en goterones de
ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza,
enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza
de la encina y la melancolía del sauce.
Las
encinas no se conocen a sí mismas cuando florecen. Componen una
figura patética en el paisaje y teme uno que ni los pájaros ni los
viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes
enamorados que pierden el tino y el peso.
Luego
quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el
fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las
noches de primavera suelen destemplarse y no se puede prolongar el
crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos
herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la
noche.
Federico
García Lorca
ENCINA
Bajo
tu casta sombra, encina vieja,
quiero
sondar la fuente de mi vida
y
sacar de los fangos de mi sombra
las
esmeraldas líricas.
Echo
mis redes sobre el agua turbia
y
las saco vacías.
¡Más
abajo del cieno tenebroso
están
mis pedrerías!
¡Hunde
en mi pecho tus ramajes santos!
¡oh
solitaria encina,
y
deja en mi sub-alma
tus
secretos y tu pasión tranquila!
Esta
tristeza juvenil se pasa,
¡ya
lo sé! La alegría
otra
vez dejará sus guirnaldas
sobre
mi frente herida,
aunque
nunca mis redes pescarán
la
oculta pedrería
de
tristeza inconsciente que reluce
al
fondo de mi vida.
Pero
mi gran dolor trascendental
es
tu dolor, encina.
Es
el mismo dolor de las estrellas
y
de la flor marchita.
Mis
lágrimas resbalan a la tierra
y,
como tus resinas,
corren
sobre las aguas del gran cauce
que
va a la noche fría.
Y
nosotros también resbalaremos,
yo
con mis pedrerías,
y
tú plenas las ramas de invisibles
bellotas
metafísicas.
No
me abandones nunca en mis pesares,
esquelética
amiga.
Cántame
con tu boca vieja y casta
una
canción antigua,
con
palabras de tierra entrelazadas
en
la azul melodía.
Vuelvo
otra vez a echar las redes sobre
la
fuente de mi vida,
redes
hechas con hilos de esperanza,
nudos
de poesía,
y
saco piedras falsas entre un cieno
de
pasiones dormidas.
Con
el sol del otoño toda el agua
de
mi fontana vibra,
y
noto que sacando sus raíces
huye
de mí la encina.
ANTONIO
MACHADO
NOCTURNO
Para
Juan Ramón Jiménez
Sobre
el campo de Abril la noche ardía
de
gema en gema en el azul... El viento
un
doble acorde en su laúd tenía
de
tierra en flor y sideral lamento.
.......................................................
Era
un árbol sonora en la llanura
dulce
cantor del campo silencioso,
que
guardaba un sollozo de amargura
ahogado
en el ramaje tembloroso.
Era
un árbol cantor, negro y de plata
bajo
el misterio de la luna bella
vibrante
de una oculta serenata
como
el salmo escondido de una estrella.
Y
era un beso del viento susurrante,
y
era la brisa que las ramas besa,
y
era el agudo suspirar silbante
del
mirlo oculto entre la fronda espesa.
Mi
corazón también contará el almo
salmo
de Abril bajo la luna clara
y
del árbol cantor el dulce salmo
en
un temblor de lágrimas copiara,
que
hay en el alma un sollozar de oro
que
dice grave en el silencio el alma,
como
en silbante suspirar sonoro
dice
el árbol cantor la noche en calma
si
no tuviese mi alma un ritmo estrecho
para
cantar de Abril la paz en llanto,
y
no sintiera el salmo de mi pecho
saltar
con eco de cristal y espanto.
ANÓNIMO
Abracé
al árbol con cariño
como
quien lo despierta.
Después con más fuerza fusionándome.
Los pies en las raíces
Tiene rostro, pecho, vientre, sexo y piernas
pegados a su tronco,
lo abrazaba tiernamente
Con las palmas abiertas.
Sentí mi propia respiración
dan madera, dan carbón,
Tomé pulso de mi sangre
Para sintonizar con la sangre del árbol.
Después con más fuerza fusionándome.
Los pies en las raíces
Tiene rostro, pecho, vientre, sexo y piernas
pegados a su tronco,
lo abrazaba tiernamente
Con las palmas abiertas.
Sentí mi propia respiración
dan madera, dan carbón,
Tomé pulso de mi sangre
Para sintonizar con la sangre del árbol.
Se
fueron transformando, mis cabellos en hojas,
en
tronco mi cintura, los brazos en ramaje,
mis
pies en extrañadas raíces.
Y
sentí por todo mi ser
una
energía bienhechora que descendía por la tierra,
que
bajaba de los cielos
De
repente
dejé
de sentir mi yo:
pura
energía cósmica.
HONORIA
PÉREZ MARÍN
Son
los árboles tesoros
que en la tierra puso Dios,
que en la tierra puso Dios,
grandes
bienes para el hombre
que para él aseguró.
Tiene el aire por el árbol
saludable condición,
ecos dulces de las aves,
de las flores grato olor.
Dan los árboles la fruta,
dan madera, dan carbón,
la lluvia fecunda atraen,
las hojas tapan el sol.
Debe el niño bien
a los árboles amor,
que para él aseguró.
Tiene el aire por el árbol
saludable condición,
ecos dulces de las aves,
de las flores grato olor.
Dan los árboles la fruta,
dan madera, dan carbón,
la lluvia fecunda atraen,
las hojas tapan el sol.
Debe el niño bien
a los árboles amor,
defender
los brotes nuevos
y evitar la destrucción
y así crecerán a un tiempo:
árbol, niño y los dos
serán útiles al mundo
y tendrán su bendición.
y evitar la destrucción
y así crecerán a un tiempo:
árbol, niño y los dos
serán útiles al mundo
y tendrán su bendición.
Autoras:
Natalia Molina Molina
Leticia
Molina Molina
Alba
María Cerezo Bolívar